Miss Lilian llegó, muy preocupada, al consultorio dermatológico. Se había levantado esa mañana muy contenta, aunque esa alegría se esfumó al verse en su pierna izquierda una verruga oscura. Ella enseguida pensó qué le había pasado afectivamente para que apareciera esa pústula en la pierna que daba al corazón, el lado que toca a los afectos. Tal hipótesis la había leído infinidades de veces y creía en ella. No se hizo esperar, pidió un turno con urgencia en un facultativo y allí fue a su encuentro. Estaba decidida a enfrentar lo que sea, lo que le mandaba el destino.
En el consultorio se encontró con un mundo de gente, había 14 butacas en la sala de espera, todas ocupadas. Los rostros de los pacientes la hicieron reflexionar, hubo uno que le impactó, era un niño de no más de 9 0 10 años sentado en una silla de ruedas. Este niño era el único que mostraba paz, serenidad, alegría, pureza, fortaleza, aunque su carita estaba repleta de un sarpullido rosado.
Hacía dos horas que esperaba, en el encuentro con sus pensamientos, una vez más reflexionó sobre el causal de su patología, no tenía motivos, en su familia, su matrimonio, sus hijos estaba todo bien, normal, sin problemas de ningún tipo. Inmersa en su conciencia, escucha su nombre. Luego que el facultativo la ausculta, sin darle mucha importancia a la verruga le da una receta, debería comprarse una gel y colocarla dos veces por día, según el médico era algo superficial y con el efecto del fármaco desaparecería. Seguro que si su madre viviera le hubiera aconsejado cataplasma de hojas de aloe vera. Un eficaz remedio casero.
Salió del consultorio, caminó unas cuadras por la avenida principal, entró en un bar a tomarse un cortadito, y, comenzó a analizar su paso por el dermatólogo. Su estado de ánimo no había cambiado con la respuesta del médico, sino luego de ver a ese niño que irradiaba una energía increíble, a pesar de su dolencia, a pesar de su discapacidad, había cambiado luego de ver a su madre envuelta en un halo de amor y paz hacia su hijo.
¡Cuánto que debía aprender!, ¡cuánto que había aprendido!
6 comentarios:
Hola Norma:
¡Cuánta razón hay en esta historia!
A veces damos demasiadas vueltas a la cabeza con las cosas superficiales.
Y hay personas con grandes problemas y son positivas.
Una entrada llena de enseñanza, maestra.
Cuánto aprendo de vos.
Abrazossssssssssss.Montserrat
Querida amiga, gracias a tí por estar, si no me leyeras no me motivaría para seguir escribiendo. Abrazos y muchos besos.
Querida Norma, es el día a día de todos los centros médicos, gente que visitan el lugar por el mero hecho de no estar en casa solas, o solos, sobre todo cuando hace este frío intenso, el que va de verdad tiene que estar esperando con paz porque esa es la espera. Te diré que reflexionando es lo mismo que aquel o aquella que son grandes personalidades en todas las facetas de la vida y precisamente por eso son humildes, no les importa nada más que trabajar bien, el resto... pero estamos aquellos que no somos nadie, absolutamente nadie y queremos estar por encima de todo a costa de cualquier cosa ¿sabes porque? Fácil porque necesitan flotar..., eso mismo le pasa al niño de tu precioso relato, el que más lo necesita es aquel que su paciencia y su amor a los demás lo demuestra.
¡¡¡Tenemos que saber aprender de los humildes!!!
Un montón de besos
Hermoso tu comentario, cuánto para aprender. Gracias.
Muy interesante enseñanza la que se desprende de esta pequeña pero rica historia. Gracias por compartirla, ilustra mucho. Saludos!
Gracias Roberto por estar. Un abrazo.
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