
Perdidos en la noche
El niño ofuscado, enojado con lo que había escuchado y nada más que con lo puesto, salió corriendo de la casa. Usó la ventana de su cuarto, ni bien ganó la calle, empezó a correr y detrás de él, su querido labrador, que no lo dejaba solo nunca. Hasta lo acompañaba a la escuela y lo esperaba sentadito en la vereda, al lado del portón de entrada.
La madre no escuchó nada, pero su instinto de madre estuvo presente; así que, fue a la habitación del niño y fue entonces que descubrió el vacío.
Corriendo y a los gritos, se dirigió a su dormitorio reclamádole a su esposo que por la pelea que habían tenido, el hijo y su perro no estaban en la casa. Ya el niño se había descompuesto con una situación anterior parecida.
El perro y el niño anduvieron hasta que se cansaron, llegaron a la plaza principal del pueblo, encontraron un banco entre matorrales, bien protegidos, y se quedaron dormidos, acurrucados, dándose calor uno al otro.
Los padres avisaron a la policía, quien por dos horas patrullaron la ciudad.
El labrador abrazaba con sus patas al pequeño, fue el canino, cuando escuchó la sirena policial quien avisó con sus ladridos donde estaban.
Una vez hablado lo ocurrido, hubo promesas de ambas partes. El niño no se escaparía más y los padres serían más cuidadosos, prometieron no pelear.
¿Cuántos niños viven situaciones precidas?
¿Cuántos padres no miden consecuencias y se dejan llevar por la ira?
¿No sería más eficaz un diálogo tranquilo y en familia?
¿Acaso cuando se conocieron y se enamoraron, no se dijeron "te quiero", quiero pasar el resto de mi vida contigo?
¿Y si probamos con un GRACIAS, un LO SIENTO y un TE AMO?